Estaba buscando un título para esta entrada y la verdad es que me ha costado elegir. El típico para un obituario habría sido algo como: "José María Vides, mi amigo", o en un tono más original y parafraseando a José María: "El único bar del mundo en que el cliente nunca tiene razón". Al final me he decidido por una expresión que se ha incorporado al vocabulario de muchos murcianos que refleja el comer y beber en cantidad y calidad, o sea "a lo Vides".
El listado de anécdotas que recuerdo y que me han contado es tan grande que sería imposible repetirlas todas y que el otro día en el velatorio a Antonio Rentero y a mí se nos escapaban algunas risas entre las miradas de reprobación de algunos y la sonrisa, no tengo duda, del Vides desde lo alto. Eso sí, se estaría dando la vuelta porque nada le molestaba más que reconocer que era el cliente el que en ese momento le hacía reír y no al revés. En esos breves momentos en que perdía el mango de la sartén de la conversación -la otra siempre estaba en manos de Carmen, su mujer- se daba la vuelta para ordenar las fotos de las chicas Vides, limpiar algo, o buscar algún arma con la que contraatacar y así disimular la sonrisa ganada por el cliente. Él no iba a perder una batalla tan fácilmente.
Todo valía en el bar para mantener el show vivo y diferente. Si el Circo del Sol reinventó el Circo, José María Vides Obanos reinventó el bar. Todo era distinto. Los precios cambiaban a capricho (siempre a la baja "hoy es el día de ayuda al cliente"...), los productos eran renombrados para hacerlos políticamente incorrectos: Las catalanas eran Infantas de Castilla y la ensaladilla sólo podía ser Imperial, nunca rusa. Algunos productos adoptaban el nombre de un cliente: el bocadillo José Luis o Susana o el filete San Javier, qué gran honor que un plato estrella llevara mi nombre, aunque santificado por algún capricho inexplicable del navarro.
La multitud de instrumentos para amenizar las jornadas era insospechada: una armónica, una pandereta, una bota de vino, unas maracas, un cuchillo panadero propio de Cocodrilo Dundee, una linterna... Cualquier cosa podía aparecer en sus manos y convertirse en instrumento de chanza. La cartelería del bar, manuscrita siempre en mayúsculas mutaba cada día según las novedades políticas, el tiempo o el humor del chef. Los periódicos eran editorializados a gusto del barman, siempre armado (de una sonrisa) y peligroso como él sólo con un bolígrafo y un diario.
Lo más auténtico, único y diferente era el personaje, claro. Tanto que el primer día que crucé la puerta para salir del bar, le dije a mi querido Soki: aquí no me vuelvas a traer que a este tío no tengo por que aguantarle.
Tenía esa forma de atacar y retirarse que nunca llegaba a ofender, solo escocer y claro uno volvía a por más, y él ya te había ganado la batalla. Cuando la conversación versaba sobre las afamadas chicas Vides (un club selecto al que sólo se accedía por invitación del gerente y cuyo precio de entrada era una foto con el mismo), entornaba la puerta para que Carmen, al mando de los fogones pudiera hacer como que no se enteraba.
Su generosidad no conocía límites y nada le gustaba más que compartir un momento de su tiempo con un amigo. Así surgieron los "accidentes" a la salida del trabajo los viernes que me hacían llegar tarde a casa y con uno (u ocasionalmente dos) gin tonic entre pecho y espalda. Todo por cuenta de la casa. Al igual que te atacaba nada más entrar la mitad de las veces -sabía medir el terreno y templar las ocasiones-, cada vez que salías por la puerta, te dejaba un grato sabor de boca, con una despedida o chiste a medida de la ocasión que demostraba que en realidad el adicto a los clientes era él y que estaba deseoso de que volvieras.
Y claro, volvimos, y volvimos y volvimos. La comida del bar era de la mejor de Murcia: los tigres en primer lugar por preferencia personal; las tortillas de chistorra, jamón y queso, guisantes o patatas; las infantas, ls ensaladas, los chipirones rellenos, los postres como el flan de café o el Inforchoc y sus derivados como el Baldochoc...
Los quintos y tercios de estrella tan fríos que salían de a dos y José María hacía el prismático con la pareja, pero claro, las cañas en copa helada salían más frías y se hacía una fina capa de hielo en su interior que por más sutil, nunca faltaba. El dominio, digo el demonio, está en los detalles.
Pero no hemos venido a hablar de comida, aunque a él no le importaría. Siempre agradecía los piropos con un modesto "a veces tenemos suerte".
La vida de José María se dedicó a la hostelería desde joven, primero en Londres como camarero en restaurantes y hoteles de lujo en los que tuvo la ocasión de servir a grandes estrellas, Frank Sinatra entre otros. Luego de vuelta en España en Pamplona en el club de tenis y por último en Murcia en el polígono del Infante donde durante 30 años hizo las delicias de todos los que le conocimos. Yo "sólo" tuve la suerte de conocerle los últimos diez años en que el bar ya abría sólo para los desayunos y cerraba después de comer. Lo justo y necesario que podían llevar entre los dos. Ya no más líos, tras los treinta y pico empleados de Pamplona.
Sus particulares teorías empresariales a caballo entre Groucho Marx y Les Luthiers -"Inforges sigue vivo porque yo quiero, porque si a cada persona que pregunta por Inforges la envío en otra dirección, os arruináis"- ocultaban una sencilla y singular concepción de los negocios de la que ya se ha hablado. El Vides no medía la rentabilidad aplicando el ROI o el ROA. Él sólo medía en ROE pero no el típico Return on Equity (no lo traduzco porque él lo habría entendido), él medía el Return on Emotions. Con todo pagado y los hijos con las carreras terminadas y trabajando, y la frugalidad del que sabe de verdad lo que es la economía del ahorro y desprecia lo superficial, el principal objetivo de mantener abierto el bar era emocional. El placer de la compañía de los clientes, las risas y las sonrisas y el saberse queridos por todo el barrio.
Un primero de septiembre de vuelta en la oficina nos encontramos el bar cerrado. El Vides se jubilaba, sin hacer demasiado ruido, como hacía las cosas personales. No hay que molestar a los demás con las cosas propias... Cuando llegó el momento lo cerró con la misma naturalidad que lo había mantenido abierto mientras tocaba.
Los chicos de Inforges Consultores le "sacamos" una cena a puerta cerrada en la que les regalamos a la pareja un canario de nombre Drucker y un diploma en reconocimiento a su contribución a la ciencia del management y al sostenimiento (en forma desmesurada de proteínas, hidratos y grasas) de la consultoría murciana. habemus prueba.
Yo me negué a cerrarla y he tenido la suerte de poder seguir comiendo "a lo Vides" con ambos en algunas ocasiones tras el cierre del bar, en su casa y corresponderles en la mía. Nunca fallaron los tigres de Carmen. Ni la bebida y comida como si no hubiera un mañana, a lo Vides. Se dice que hay que vivir la vida así, como si no hubiera un mañana, como si hoy fuera tu último día. Él lo hizo. Exprimió cada sonrisa y cada momento y no le importó si aquello duraba más o menos.
Duró lo que tenía que durar. Toda gran persona vive demasiado poco. El Vides no fue una excepción. Pero como toda gran persona, su recuerdo perdurará y vivirá con nosotros, y lo que es mejor nos hará sonreír y por lo tanto, una vez más y para siempre habrá ganado la batalla de las sonrisas. Que cabrón.
Va por ti. Nos debemos un Irish Coffee, no me olvido. Ya caerá.
Tu amigo que lo es y te quiere como un tercer hijo. Javier.