La media luz, perfectamente medida en cada momento del día, en el salón. La misa de domingo tarde en Campello. El olor de la laca del pelo. El bocadillo de tortilla de atún para el cine de verano. Leyendo el hola en la peluquería debajo de su casa mientras le atendían. Un chocolate con churros a media tarde en el paseo de Extremadura. Sus medias. "No molestéis al abuelo". La compra en el mercado de Tirso de Molina. "N" primos durmiendo juntos en la misma habitación en Campello y los que no, en la tienda de campaña de la terraza. La lámpara de cristales sobre la mesa del comedor. El misal, deambulando por la casa detrás de ella. el olor del pavo de Navidad por toda la casa. Preparar la merienda para la partida semanal de continental con Tío Carlos y Tía Carmela (ella los habría mencionado así, en ese orden). Una escapada al Corte Inglés en taxi por supuesto. Las servilletas de cuadrados de Campello. Las vitrinas de colecciones de cucharitas, figuritas y juegos de té. Una foto del tío Ignacio. Una visita a las tías Serena. Los regalos de Reyes en el hall del Paseo de Extremadura. Su albornoz azul y blanco de bajar a la playa con Ana Garnica. Una mañana en la Dehesa. Toñete y yo camino de la iglesia, uno en cada mano, a confesarnos por habernos peleado. El infinito cajón de las servilletas y manteles en el sifonier del Comedor. El sabor del flan de huevo. Un collar de perlas. El claxon del panadero anunciando el pan, las magdalenas y las toñas para el desayuno en Campello. La bendición apostólica enmarcada en su dormitorio. Comprar en la panadería y el jamón cocido en la carnicería del Paseo de Extremadura. La partida de cartas todos juntos en la terraza de Campello.
Cualquiera que oyera esto sin conocer a la Abuela sabría inmediatamente que estoy hablando de una Señora, con mayúscula. Una Señorita educada para ser una Señora que cumplió su papel tan bien que acabó siendo toda una Señora Esposa, toda una señora Madre, toda una Señora Abuela, toda una Señora Bisabuela.
Cuantos recuerdos. Pero no me quiero quedar sólo con los recuerdos, porque la inexorable bruma del tiempo los difumina y sobre todo por que no los necesitamos. Tenemos algo mejor. Tenemos su sangre y su impronta.
Ahora ya descansa en el cielo, seguro. La Abuela rezó tanto que un día su confesor le dijo que se había pasado de rosca (igual no fueron estas palabras) y es que 97 años dan para mucho. Yo tengo la esperanza de que rezara lo suficiente para ganarnos el sitio en el cielo a más de uno que lo necesitamos seguro, por más que nos confesáramos aquel día obligados por ella.
Gracias Gegi por dejarnos esta vida llena de recuerdos, llena de tu impronta, llena de ti. No se le puede pedir nada más a una Abuela. Te queremos y llevaremos tu legado con orgullo, con elegancia y con mucho amor.