08 diciembre 2008

continuará

En algunas ocasiones los pájaros le molestaban pero la mayor parte de las mañanas le resultaba un placer despertarse con sus alborotados trinos. Luego a la hora del desayuno, en la terraza siempre que el tiempo lo permitía, algún aventurado gorrión se acercaba a la caza de alguna miga de pan que ella les tiraba. Sin embargo, los que le producían verdadera fascinación eran los colibríes que como en un ritual matutino que se prolongaba durante toda la mitad cálida del año subían puntualmente a la terraza a libar el néctar de las flores, especialmente de las grandes flores de las enredaderas y los hibiscos. Un poco más tarde aparecía él en la terraza, dormido, torpe y hosco hasta que se tomaba el segundo café. Ya no eran la pareja de adolescentes alocados que fueran hace años, cuando se descubrieron el uno al otro, pero la madurez les había traido un cariño sereno aderezado de los arrebatos de pasión y la ocasional bronca. En ambos casos ella acababa sucumbiendo a sus encantos, y cediendo a su voluntad con mayor predisposición en unos casos que en otros. Esa mañana él estaba especialmente torpe y atractivo hasta que al abrir el periódico casi se atraganta con la tostada y el café.

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